- Han pasado ya las diez de la mañana. El proceso está llegando a su fin. No ha habido pruebas concluyentes. El juez sabe que sus enemigos se lo han entregado por envidia, e intenta un recurso absurdo: la elección entre Barrabás, un malhechor acusado de robo con homicidio, y Jesús, que se dice Cristo. El pueblo elige a Barrabás. Pilatos exclama:
- Qué he de hacer, pues, de Jesús? (Mt XXVII,22).
- Contestan todos: - Crucifícale!
- El juez insiste: -Pero ¿qué mal ha hecho?
- Y de nuevo responden a gritos: - Crucifícale!, crucifícale!
- Se asusta Pilatos ante el creciente tumulto. Manda entonces traer agua, y se lava las manos a la vista del pueblo, mientras dice:
- Inocente soy de la sangre de este justo; vosotros veréis (Mt XXVII, 24)
- Y después de haber hecho azotar a Jesús, lo entrega para que lo crucifiquen. Se hace el silencio en aquellas gargantas embravecidas y posesas. Como si Dios estuviese ya vencido.
- Jesús está solo. Quedan lejanos aquellos días en que la palabra del Hombre-Dios ponía luz y esperanza en los corazones, aquellas largas procesiones de enfermos que eran curados, los clamores triunfales de Jerusalén cuando llegó el Señor montado en un manso pollino. Si los hombres hubieran querido dar otro curso al amor de Dios! Si tú y yo hubiésemos conocido el día del Señor!
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